¿Nueva vida!
La familia PKU afgana, sobre la que os escribí hace tiempo, fue trasladada desde el campamento a Atenas. Corría el mes de noviembre cuando recibimos la noticia ¡Cuánto nos alegramos! Tras una entrevista con los organismos oficiales, los sacaban de las duras condiciones de campamento justo antes de ese invierno duro que golpeó el sur. Iban a tener un piso gestionado por ACNUR y asistencia de la trabajadora social… E iban a presentar la solicitud de asilo en Grecia. ¡Qué más querer!
De verdad creíamos que todo marchaba sobre ruedas. Creía que era cuestión de tiempo que la familia consiga la fórmula, algo de ayuda para tener la comida… O si no, nos decíamos, a las malas no será tan difícil procurar la comida creando una red solidaria. Todo era esperanza.
Tal vez debería haberme dado cuenta de que algo marchaba mal, cuando la trabajadora social me pidió a mí, que estuve en España, que le buscara datos de una especialista en PKU en Grecia. Tal vez debería haberme dado cuenta de que algo marchaba mal, cuando la trabajadora social dijo que de momento no tenían fórmula y que la sigamos mandando por favor. Tal vez debería haberme dado cuenta de que algo marchaba mal, cuando en navidades recibí un mensaje de la familia diciendo que ya no tenían comida especial. ¡Se quedaron sin nada en Navidad! Lo gestionamos rápidamente como pudimos comprando comida a precios desorbitados en una tienda online de Grecia. Ese fue el regalo navideño más caro que compré, pero al menos regalé una cosa que valía la pena.
Había muchos retrasos pero confiábamos en que la cosa saldría bien.
Esa familia demandante
Tal vez debería haberme llamado la atención cierta irritación en la voz de trabajadora social. Cada vez que la llamaba, y conversábamos a menudo, me insistía, con cierto cansancio, que la familia es «muy demandante» y así no puede ser. Ya os conté lo que me parecía este argumento, así que le explicaba muy pacientemente el porqué de esta actitud. Le explicaba cuánto está en juego en el caso de estas enfermedaes. Le insistía en que la dieta hay que trabajarla con la familia y que es crucial seguirla todos los días.
La trabajadora social parecía especialmente descontenta con la actitud de la familia con los traductores. Me explicaba que el padre se porta mal con ellos, que les recrimina. Que incluso le han peusto en tratamiento psicológico para que cambiara. En febrero incluso tuvieron una reunión, en la que participó una activista estadounidense con su traductor. En esa reunión se le había dicho que como no cambie de actitud, perderán la casa, que no están para tonterías. La mujer estadounidense les insistió en que la familia tenía ciertas razones (las explicaré en la próxima entrada) para desconfiar de la médico y de los traductores, y la cosa quedó allí. La familia siguió en casa, pero quedaron avisados.
La voz que no supe escuchar.
Reconozco – y tengo cierto remordimiento de conciencia – que no he dado a la familia toda la credibilidad que debería darles. Así que, cuando me insistían que no tienen atención médica adecuada y que la doctora «pasa de ellos», pensé que tal vez exageraban, que ya sabemos lo ocupados que son los médicos, que todo se andará y que lo importante es que les saquen sangre y hagan análisis.
También intenté no preocuparme demasiado por sus quejas constantes sobre los traductores. En fin, ya sabemos que las condiciones en Grecia son duras y hay que contentarse con lo que haya. Les tranquilizaba, esto es normal, hay tanta desgracia ahora… No hay especialistas suficientes (ni seguramente dinero, creía) para atender a tanta gente. Vamos, que lo racionalizaba, creyendo que tiene que llegar la solución. ¿Se trata de esto, al fin y al cabo, no? ¿Eso es lo que hace la Unión Europea analizando pacientemente todos los expedientes, verdad? Pero mientras tanto…
… no cambia nada.
Pero las cosas no cambiaron. No se supo de la fórmula, no llegaba la comida. Yo, y algunos otros voluntarios mas, seguía comprando la comida. Mead Johnson seguía mandando la fórmula. Llegamos a involucrar asociación de pacientes madrileña, ASFEMA, que colaboró donando comida, pero también a Asociación sociocultural de Elche, ¡hasta a los dentistas de COEC se involucraron y transportaron comida de Barcelona a Atenas! Ayudó mucha, muchísima gente a la que le estoy eternamente agradecida.
En un momento, ya en mayo, me comunicó la trabajadora social que habría posibilidad de que tuvieran fórmula y comida pero que la familia no quiere. Como yo le seguía creyendo, tuve una conversación amarga con la familia, pues de repente pensé que igual de verdad ponían obstáculos a la trabajadora social adrede, intentando conseguir algo – ¿Qué querrían conseguir? – con esta actitud. Pero nos lo explicamos bien, gracias a la maravillosa conversación por Skype Atenas- España- Estados Unidos, donde estaba Sahand, el traductor de farsi, y quedamos en que la familia tantee a fondo las posibilidades que les brinda Grecia y yo mientras tanto seguiré mandando la comida.
Pero entonces llegó el verano y ocurrieron dos cosas que cambiaron totalmente mi visión de conjunto. La primera es que puse en contacto con Khora, una asociación que atiende a las personas desplazadas y solicitantes de asilo en Atenas, que delegó a una de sus voluntarias, Ana, a que cuide de la familia. Es cuando descubrí lo que estaban viviendo de verdad. Y la segunda, ¡que la familia acabó desahuciada del piso en que vivían!
Lo que sospechamos que pasó de verdad en Atenas con la familia es material para siguientes dos entradas.