
Pensando en lo que me ha pasado hoy: que un supuesto amigo de Facebook ha compartido información mía con terceras personas sin mi permiso, he reflexionado en la cantidad de mentiras que decimos y oímos al cabo de un día. Desde el sencillo: «qué tal estás?», y responder: «muy bien, gracias»; hasta los «qué alegría verte!», cuando realmente deseamos decir: mal y no tengo ganas de ser social, respectivamente. Pero es el precio de vivir en sociedad y de no parecer descortés, de no querer pagar el precio de quedarnos fuera del grupo. Por eso, imagino, tenía aceptada a más gente de la que realmente debería tener entre mis amigos de Facebook, por no querer decir: no tienes sitio aquí y por una u otra razón terminar respondiendo: muy bien, gracias.

Esto me ha llevado a pensar en que no debemos dar cosas por supuestas, que alguien que te manda una solicitud de amistad realmente tiene otros intereses diferentes a los que quizás tú supones. Con esto no descubro América, pero es que soy bienintencionado por naturaleza y proyecto esta buena intención en los demás. Confiarse en exceso lleva a la relajación y al final a pagar un precio que no se desea.

Y esto mismo me ha pasado esta semana con otro enemigo oculto en mi vida como padre PKU: el aspartamos. Mi hija tenía que tomar Ebastel y le recetaron Ebastel Flash. Como yo tomo Ebastel Forte miré si tenía aspartamo y no lo tenía, así que supuse que el Ebastel Flash tampoco y se lo di. Después de dárselo y que ella dijera: qué dulce! Pensé: «oh! Si es dulce y es tan pequeño seguro que lleva algo que no es azúcar». Lo miré y era aspartamo, que como sabéis es una fuente de fenilalanina. Así que me fié y pagué un precio. Hay que ser menos ingenuo. El problema es que una importante vía de acceder al aprendizaje es a través del sufrimiento. Como en Facebook.
