Cuando no importa tirar el tiempo en el olvido
Criar a un hijo o una hija es un acto de amor inmenso. Especialmente durante los primeros años de vida, cuando precisan de más cuidados y atenciones.
Es una etapa en la que dedicamos horas sin fin y noches en vela a un ser que no retendrá recuerdos conscientes de nuestros esfuerzos. Cada tos y fiebre nos desvela; las visitas al pediatra y al especialista en fenilcetonuria se suceden una tras otra.






Porque si un niño/a sin PKU requiere de cuidados constantes, esta entrega se intensifica aún más cuando sufre de una condición como la fenilcetonuria (PKU).
El primer año de vida
Desde el nacimiento, los padres de un niño con PKU se embarcan en un viaje de aprendizaje constante y de riguroso control. El monitoreo frecuente de los niveles de fenilalanina en la sangre y el estricto cumplimiento de la dieta PKU se convierten en parte de la nueva normalidad familiar.
Esta condición requiere de una atención meticulosa y de adaptaciones en vuestra vida que van más allá de las demandas usuales de la paternidad y la maternidad. Aprender sobre los alimentos permitidos, prohibidos o limitados. Preparar comidas especializadas y ajustarse a las rutinas médicas demandan un sacrificio significativo.
Es un proceso que puede ser abrumador, sobre todo al principio, hasta que la PKU se pega a tu piel y forma parte de ti. Pero hasta qye se hace llevadero, pasa tiempo. Y si lo hacemos es por el profundo amor que sentimos por nuestros hijos.
Adiós papá
A medida que crecen, y se convierten en adolescentes independientes, pueden no reconocer todo lo que se hizo en su infancia para garantizar su salud y bienestar. Sin embargo, como padres, sabemos que no buscamos reconocimiento. El verdadero pago está en la tranquilidad de haber hecho todo lo posible por darles un futuro mejor.
Personalmente, la PKU de mi hija transformó mi vida profesional. Dejé la psicología de desastres para investigar sobre esta condición. No fue una decisión de carrera, sino una decisión de corazón. Quería comprender mejor su mundo y contribuir a mejorar la vida de quienes enfrentan este desafío.
El tesoro que nadie puede robar
Aunque mi hija pueda no recordar todo esto, los momentos que vivimos y las lecciones aprendidas permanecen en mi corazón, alimentan mi memoria. Nadie puede borrar eso. Nada ni nadie. Los tesoros verdaderos, después de todo, se guardan en el alma y nutren nuestra existencia.